Un extraño hombre saca aceitunas de un enorme frasco y las come, lentamente. Está estacionado en su auto, en la puerta de un cine en la ciudad de Montevideo. Es una tarde lluviosa de 1993. Un mal presagio, una incomodidad, algo tan sutil como evidente para los conocedores del género se pone de manifiesto en estos minutos iniciales.
Con diferentes escenas que no escatiman en el uso de cámara lenta, el director Maxi Contenti nos va presentando poco a poco a los personajes: un variopinto abanico de vecinos de la ciudad que terminan entrando a la sala con intenciones de ver la película. O no. A su vez Ana releva a su padre en la sala de proyecciones ante la ausencia del reemplazo que debería tomar el turno siguiente al del hombre. Cuando la cinta comienza a correr, el extraño de las aceitunas empieza a hacer de la suyas dentro de la sala y todos esos personajes tan opuestos coinciden en un objetivo: sobrevivir.
La fotografía, el clima propiciado por la mezcla de colores y texturas y el apoyo de una banda sonora sobresaliente hacen que uno se meta en la historia de una. Historia que, de acuerdo al género en que está anclada, no requiere un desarrollo extremadamente profundo de los personajes. Los conocemos lo mínimo como para querer saber más de ellos y nos ponemos de su lado, queriendo que lleguen vivos al final de la película más por esa curiosidad que por haber empatizado enseguida.
En lo personal, me sumergí en la historia de lleno desde el primer momento y los climas de suspenso que genera, a través de detenerse en pequeñas acciones como comer un chocolate, me atraparon por completo, aunque es un recurso que si no estas enganchado puede generar cierta sensación de lentitud. Cada encuadre parece milimétricamente planificado no solo en si mismo, sino en relación al que lo precede y al que le sigue en términos de montaje.
Las actuaciones están completamente en código. Quizás uno esperaba algo más "uruguayo" en el sentido de determinados modismos o muletillas que estamos acostumbrados a escuchar, pero creo que se optó por hacer algo más universal y banco la decisión por completo.
Además de lo narrativo y técnico que menciono antes, es una película que busca tener diferentes capas de lectura y no pierde oportunidad de homenajear al cine que toma como referente cada vez que puede, pero sin sentirse un panfleto cinéfilo. Las atmósferas remiten a Bava y Argento, en la sala se proyecta Frankenstein y los efectos prácticos utilizados en las escenas gore son decisiones tanto artística como morales, en el sentido en que definen la identidad propia y se enorgullecen de ella. En este sentido, quiero mencionar la elección de Ricardo Iglesias para encarnar al asesino. Iglesias es el gran impulsor de cine fantástico del otro lado del charco, un tipo que tiene una amplia filmografía desarrollada desde la década del 90. Pensaba en algún equivalente argentino y no logro encontrarlo, quizás podamos definirlo como una fusión entre Emilio Vieyra y Germán Magariños. Y, de la mano con este canto de amor al cine, hubo un momento puntual que me emocionó. Si, porque las cosas más inesperadas pueden tocarte una fibra sensible. En un momento determinado, se ven afiches de otras películas en cartelera. Uno de ellos es Muñeco viviente V, película de bajo (o nulo) presupuesto grabada por Contenti hace doce años, tan disparatada como bizarra. Y este gesto me emocionó por completo: no lo leí como un atobombo o como una referencia snobista al propio cine, sino que percibí el orgullo ante el camino transitado todos estos años y la propia convicción de reconocer los orígenes y abrazarse a ellos, llevándolos como bandera. Pequeño detalle, easter egg que puede pasar desapercibido, pero oh casualidad, Muñeco viviente V es mi película uruguaya favorita. Este meme explica mejor lo que quiero decir:
Resumiendo, gran propuesta. Cuando el amor al cine es genuino y no una pose o una moda se nota a muchos niveles. Esta película es cariño y respeto absoluto al séptimo arte. Acuerdénse el nombre y no duden en sumergirse en ella si se la cruzan por ahí
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