Lo nuevo de Martín Desalvo propone un thriller intenso en un Parque Nacional misionero y sus zonas aledañas. Guzman (Pablo Echarri) trabaja en un Parque Nacional, con un superior directo cansado y desganado que roza lo inoperante, a punto de legarle su puesto. Lo que podría ser una vida casi idílica, porque además goza de un buen vínculo con su mujer Sara (Mora Recalde), se va cargando de violencia y llenando de peligro por la presencia del Polaco (Alberto Ammann), un hombre, aprovechando de su relativo poder económico, se mete a cazar en territorios protegidos. Claro que, llegado un punto, esta invasión pasa del terreno profesional al privado, y es ahí cuando la cosa definitivamente se pone buena. El primer gran punto a favor de la propuesta es cómo va construyendo los entramados entre los diferentes personajes. Se intuye que hay un pasado en común, una vieja historia de rencores y disputas, pero los datos se van revelando de a poco, contribuyendo con la constante tensión en aumento. Si bien el foco principal está puesto en la tensión entre los dos hombres, que el ambiente natural como entorno se constituye como un personaje antagónico más. Aparece en el monte un jaguareté que los lugareños denominan “tigre”, y el acecho de la critatura pone al pueblo entero en peligro. Guzman debe entonces dividir su atención entre cumplir sus labores sin descuidar su vida personal, porque el Polaco es una especie de depredador particularmente interesado en su mujer. Sin llegar a anclarse dentro del cine de género más explícito, es indudable que Desalvo retoma muchos elementos del western. Guzman es el hombre que encarna la ley, quien lleva adelante la intención de justicia, y que sabe que para implementarla no solo deberá ir detrás de quienes la violan, sino que se tendrá que enfrentar a las mismas instituciones que deberían velar por ella. El Polaco es el fuera de la ley, que no llega a convertirse en prófugo porque su propia posición le permite vivir en la impunidad sin la necesidad de huir, pero que va sumando enemigos silenciosos que quizás eventualmente lo traicionen. Con un manejo de cámara que mete de lleno en la acción y un montaje que no deja escapar, reforzado por una mezcla de sonido muy atenta a recrear las condiciones naturales del lugar y actuaciones más que sólidas, El silencio del cazador se convierte en una película que refleja el deterioro y la corrupción tanto de las relaciones humanas como de las instituciones.
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