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  • Foto del escritorAyi Turzi

Chucky is back

La discusión de por qué una remake o para qué un reboot es tan inagotable como aburrida. Y es un poco desgastante traerla a colación cada vez que se estrena un refrito. Sobre todo con la cantidad de refritos que se estrenan. En fin. Dicho esto, vamos a lo importante: ¡El muñeco diabólico es una fiesta!

La trama es de lo más clásico: Andy (Gabriel Bateman), un chico sin ganas de interactuar con nadie y con algunos problemas de audición, Karen (Aubrey Plaza) la madre soltera con un novio (Shane, interpretado por David Lewis) que es medio nabo, y la posibilidad de acceder “por izquierda” a un regalo de cumpleaños por fuera de sus capacidades económicas. El tema es que el regalo es el Chucky fallado ¡y acá es cuando se pudre todo! (¿Estoy usando muchos signos de admiración? Quizás, es que ¡estoy gritando!)

El primer punto que le da sentido y coherencia a esta reescritura es la actualización temporal, un poco a lo Black Mirror (el viejo y querido Black Mirror, no estas últimas temporadas). Kaslan, la empresa que fabrica los muñecos Buddi, es una corporación enorme con muchos servicios y productos en el mercado: electrodomésticos, servicios de streaming y una especie de Uber que se manejan solos (hermoso viajar sin chofer que te de charla). Esta omnipresencia le da a la digitalización de Chucky, que comienza a fallar por el saboteo de un empleado explotado, una dimensión de peligro nunca antes visto en esta saga. Si está todo interconectado y Chucky se quiere expandir como un virus, el daño que podría causar es enorme (¡Que emoción!). Igual acá me colgué flasheando, porque no se indaga mucho en esto (perdón).

La cosa es que Chucky se emociona con ser el mejor amigo de Andy, y lo mejor que se le ocurre es matar a todo lo que no lo hace feliz. Un tierno. Esta nueva versión del muñeco (con la voz de Mark Hamill que es un rotundo 10) eleva al máximo la noción de “muñeco diabólico” o “muñeco maldito”. Es sádico, cruel y no cede ante nada ni nadie. Es un personaje que a mí, en particular, nunca me generó nada. En las últimas entregas, cuando la saga se había volcado más al humor, incluso se me hacía ridículo. Acá le dieron una vuelta de tuerca para que sea malo de verdad. Y esa maldad da miedo, también de verdad.

Sobre el humor, no lo elimina por completo, sino que lo sabe dosificar y usar con inteligencia. Hay una secuencia en particular (ya la van a identificar) donde lo insólito se mezcla con lo terrorífico y genera un momento de tensión en el cual la risa es incontenible. Claro que este momento (y por suerte varios más) no serían posibles sin las actuaciones. Aubrey Plaza la rompe, se la ve muy cómoda y logra pequeños gestos, matices, que enriquecen muchísimo a su personaje. El resto del reparto no desentona, destacándose el policía Mike Norris (Brian Tyree Henry) y su madre Doreen (Carlaese Burke).

En un costado no tan positivo, fue un poco shockeante ver a Chucky en movimiento por primera vez. Cabe aclarar que no había visto ni trailers ni teasers previos, entonces cuando aparece por primera vez, caminando de la mano de Andy, sentí un poco acartonado el CGI. Luego no sé si se me acomodó el ojo o aumentó la fluidez pero ya no sentí esta extrañeza. En todo caso, me gustaría darle un segundo visionado.

Para ir cerrando (porque entre una cosa y otra escribí un montón), me gustó que retoma el espíritu y la estructura de las películas de terror de los 80. Hay un gran evento latente, el lanzamiento del Buddi 2, informado ya en los primeros minutos, que magnifica el peligro multiplicando la cantidad de víctimas potenciales. Eso es un buen climax, un subir la apuesta, un explotar el terror. Un pico de adrenalina que te hace olvidar algún que otro bache narrativo o incoherencia en los primeros actos, y salir de la sala con una sonrisa.

9/10

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