Eventualmente surge la discusión en torno a cuáles son las delimitaciones del cine de terror. El horror es una emoción, es un sentimiento, su naturaleza es subjetiva: todos tememos cosas diferentes, lo que acarrea algunas diferencias lógicas en torno a qué es y no terror como género cinematográfico. En relación a Cuando acecha la maldad la discusión queda anulada: es terror de principio a fin y se construye en diferentes sentidos.
Pedro (Ezequiel Agustín Rodriguez, a quien seguro recuerdan de las recientes Legiones o Juego de brujas) y Jimi (Demian Salomón, que la rompió en Punto rojo y El cadáver insepulto entre otras) son dos hermanos que viven en una vieja casona rural. Una noche escuchan disparos a lo lejos y, a medida que van tratando de dilucidar qué pasó, descubren que un vecino está encarnado o embichado: su cuerpo se encuentra preso de una extraña posesión demoníaca, que ellos creían que era solo un mito. De ahí en más, y siendo escueta para no spoilear, intentan sumar aliados para evitar una tragedia o, si se vuelve inevitable, que los encuentre lo más lejos posible.
La propuesta de Demian Rugna, que también es el guionista, pone la mayor parte del tiempo el foco en el personaje de Pedro, quien no es un personaje necesariamente virtuoso. El hombre, con vínculos complicados a excepción de la relación con su hermano, tiene un pasado del que se dice poco pero se asume trágico, quizás por la irracionalidad que aflora en algunos momentos de tensión, donde no controla sus emociones y pone en riesgo los planes trazados. Esta particularidad, de tener un protagonista en quien no estamos seguros de poder confiar por sus propias limitaciones, permite jugar con la incertidumbre y mantener la tensión todo el tiempo, porque Pedro se enfrenta a dos cosas: al embichado y a él mismo. Jimi, en cambio, se muestra más sereno, incluso oficiando como contenedor de los desbordes de su hermano, pero quizás tampoco pueda convertirse en el héroe que salve el día: sus reacciones lentas lo colocan en la vereda opuesta de Pedro. Los perfiles contrapuestos podrían lograr un balance, pero lejos de eso, la combinación por momentos los empuja al caos y es ahí donde radica una de las sensaciones mejores logradas por la película: la desesperación. Los hermanos están ante un evento que quieren frenar a toda cosa, estan de cara a un mal que debe ser contenido, pero nada de lo que hacen parece ser suficiente, y, gracias a las actuaciones y la forma en que es mostrado, se encuentran sumergidos en una frustración que el espectador decodifica como desesperante. Y esto es uno de los miedos más grandes a los que puede enfrentarse un ser humano: ver que su mundo se derrumba y no poder hacer nada por evitarlo.
Quizás como una marca de estilo, al igual que en Aterrados el saber lo tiene un personaje femenino. Antes la Dra. Albreck (Elvira Onetto), ahora Mirta (Silvina Sabater) es quien se convierte en una pieza clave para intentar reestablecer el orden: se trata de una especie de medium conocida de Jimi, quien ya se ha enfrentado a este mal con anterioridad y ahora vive alejada de la civilización. La mujer se convierte en la esperanza del grupo familiar (que a esta altura ya sumó a la madre de los hermanos y a los hijos de Pedro) y no sólo media con el más allá, sino que articula la relación de Jimi y Pedro cuando hay que trazar un plan. En relación a su aparición, se valora muchísimo la decisión de no subestimar al espectador: se da escueta información en relación a qué es lo que hace exactamente, pero se construye de manera tal que uno confía sin dudar en el expertise de la mujer.
Mucho se ha hablado en internet sobre el tratamiento que se propone en relación a los animales y a los niños, y no quisiera ser redundante en este punto ya que incluso se viralizaron recortes: solo amerita agregar que a esos límites que el cine por lo general no cruza se le suma una brutalidad que las grandes pantallas no suelen regalar, duplicando la apuesta. No solo hay momentos icónicos, que desbordan violencia y sadismo, sino que además juega mucho el factor sorpresa: donde estamos acostumbrados a un amague, Rugna y equipo avanzan un paso más. Pero además, hay un gran balance entre lo mostrado y lo no mostrado. Aquello que sucede frente a cámara hace gala de un gore delicioso y de unos efectos de primer nivel. Y lo que es elidido se construye con miradas, con silencios, con vacíos, e imaginarlo es casi tan cruel como haberlo visto.
Cuando acecha la maldad es una película que, intencionalmente o no, fue concebida para hacer historia. Estrenada en 800 salas en Estados Unidos, primera ganadora latinoamericana de la Competencia Oficial del Festival de Sitges en sus 56 años de existencia y furor en redes sociales, amplía el universo de los territorios explorados por el cine fantástico argentino dejando de lado una vieja tradición del cine local, la de poner en tensión el campo con la ciudad. No hay personajes que vengan de la "civilización" a querer poner orden en la "barbarie" del campo. No hay tecnología, no hay modernidad. Es un microcosmos rural donde todo puede pasar, y esta incertidumbre es otro de los sentidos del horror que se construye. No hay lugares seguros, no hay certezas. Bueno, sí, certeza hay una: es una excelente película para ver en salas más de una vez.
© Ayi Turzi - 2023
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